miércoles, 28 de marzo de 2012

Aquellos Maravillosos Años


Semana Santa de pecadores

Automáticamente mi cerebro y mi corazón en estas fechas se van hacia Guadix……….. Ya estamos en Guadix, por ejemplo… en el Tirapiedras( un bar).

 A mi lado amigos de juventud y de fechorías que tras la tercera caña empiezan a calentar motores. Ya podemos oler el esparto húmedo del costal, por supuesto la tapa de careta y  el incienso( o el alcohol) nos ciega los ojos. La Burriquilla está deseando trotar por su barrio.

Pero todavía no hemos empezado con lo divertido: la Escolanía.

Todo empezaba con una inmensa palmera que te daban y tú no medías ni medio metro. De fondo cantando el pueri hebreorum de Tomas Luis de Victoria .Si no te caías pasabas a la siguiente fase.

Muertos de risa, ya estamos en el  jueves, en el que a algunos  afortunados el señor obispo nos lavaba los pies que de hecho ya estaban super limpios y perfumados.

A partir de ahí no paraban los oficios y esa música que ahora oigo con tanta y tanta pasión: O vos omnes, Popule meus, Judas mercator pesimus, Lamentaciones de Jeremías… y así llegamos a la noche de las tinieblas.

 La catedral queda a oscuras, el incienso y el silencio te elevan, Alfa y Omega…principio y fin….. y nosotros con 12 cañas en el cuerpo.

Se hace la Luz

¡Aleluya!

Se terminó

Cierran el bar


Y ahora una actuación en riguroso DIRECTO

    

sábado, 24 de marzo de 2012

El sonido de las entrañas


                    

                    
                    
                    
                    
                    ¡ Que bonita canción!


miércoles, 21 de marzo de 2012

La huerta de Santo Domingo


Mi huerta
Acompañado por las estaciones
y por horas de meriendas
deslicé mi cuerpo pueril
por montañas de nubes,
por tejados al sol.

Sintiéndome el Señor de las Bestias
adiestré leones de despeinadas cabelleras.
Como Rey de la Creación
apagué infiernos con antorchas
y terminé como Hombre de las Alturas
coronando  cumbres de hielos verdes.

Todo era estreno, sabor, alegría
y todo quedó perenne y bien asido
en mis rodillas.










     

miércoles, 14 de marzo de 2012

Tu canción





Esta canción es para mi amor en un día extraño y en un día de amigos


                            

Dos días como dos losas




Desde mi cárcel

Y de repente el sabor a sonrisa de caramelo
se vuelve miedo y prisión.
 El aire es viejo y pesado
-el mundo se para, las flores no huelen-
Yo quiero correr pero mi cuerpo
y su sombra me han dejado.
Mi cara se hiela y
 mis lágrimas se pierden en otras mejillas.
El tiempo sigue cayendo
las miradas no paran de juzgar
y yo no encuentro el rincón de mi descanso.
Y de repente sé lo que quiero
pero no sé lo que soy.

viernes, 9 de marzo de 2012

Lamento de la Ninfa


Eco y Narciso

La bella y joven Eco era una ninfa de cuya boca salían las palabras más bellas jamás nombradas. En cuanto a las palabras ordinarias, se oían de forma más placentera. Esto molestaba a Hera, celosa de que Zeus, su marido, pudiera cortejarla como a otras ninfas. Y así sucedió. Cuando Hera descubrió el engaño, castigó a Eco quitándole la voz y obligándola a repetir la última palabra que decía la persona con la que mantuviera la conversación.[1] Incapaz de tomar la iniciativa en una conversación, limitada sólo a repetir las palabras ajenas, Eco se apartó del trato humano.
Retirada en el campo, Eco se enamoró del hermoso pastor Narciso, hijo de la ninfa Liríope de Tespia y del dios-río Céfiso. Sin embargo, el vanidoso joven no tenía corazón y la consideró loca, ignorándola totalmente. Con el corazón roto, Eco pasó el resto de su vida en cañadas solitarias, suspirando por el amor que nunca conoció, debilitándose y adelgazando, hasta que sólo quedó su voz.



Febo no había todavía

revelado al mundo el día,

cuando una muchacha salió

de su propia casa.

Sobre su pálido rostro

afloraba su dolor,

y a menudo provenía

de su corazón un gran suspiro.

Andando sobre las flores

iba vagando, aquí, allá,

llorando de esta manera

su amor perdido:

«Amor», decía, deteniendo el pie,

mirando el cielo,

«¿Dónde, dónde está la fidelidad

que el traidor me juró?»


Pobrecilla, no puede más, ay,

ya no puede soportar tanto sufrimiento.

«Haz que vuelva mi amor

tal como antaño fue,

o déjame morir, para que

no sufra más.

No quiero ya que él suspire

sino estando lejos de mí,

no, no quiero

que me dé más dolores.

Pues el saber que por él ardo

satisface su orgullo,

quizá, quizá al alejarme

él, a su vez, empezará a rogarme.

Si ella tiene para él más serena

mirada que la mía,

sin embargo no alberga en su seno

un amor que sea tan fiel como el mío.

Ni tendrá nunca

besos tan dulces de esa boca,

ni más tiernos, ay calla,

calla, él bien lo sabe.»

Así, entre amargas lágrimas,

llenaba el cielo con su voz;

así en el corazón de los amantes

el amor mezcla el fuego con el hielo.

                                          Ottavio Rinuccini