Mis años me hablaron esta mañana, levantaron la niebla para mostrarme que mi
puerta luce un nuevo color. Desde hoy encontraremos al fondo de nuestro
desobediente espejo el color turquesa dividido en dos alas y quizás, ahora sí, nos
conformaremos de una vez por todas con lo que refleja el cristal.
Mi puerta que antes era un obstáculo como en la mirada de un preso, ahora
será mi improvisación, y mi olvido me recordará cada minuto que ya no son
necesarios más cerrojos, que esta puerta sí puedo dejarla abierta para que
entre el frescor en las tardes de agosto, que ya puedo salir de mí y pasear por
las calles de otros libros, soltero de adjetivos y viejas glorias.
Uno llega a soñar con la aldaba que musitará su puerta, con la geometría
de rejas de limpios esmaltes alejadas del luto de jóvenes viudas, con el lino
de los transparentes visillos que te dejarán ver llegar el contorno de las
estaciones.
Me gusta mi puerta tapizada de caminos y cicatrices, su óxido bañado por
los días de lluvia junto con su olor a resinas del corazón, su cerradura sin
llave que rompa el silencio a la madrugada.
Si me encarcelan dentro escaparé vestido de humo por la chimenea, si me
enjaulan fuera me convertiré en limadura de haz de luz y entraré por el
ventanal.