La muerte tiene flores,
una piel amarilla y una esquela,
un día reservado,
un billete de ida, un disparo en la frente
y hasta puede que un brindis.
Pero esta es otra historia,
por desgracia sin tierra y sin cadáver.
Es el viaje de un perro que ya nunca volvió,
que decidió la ausencia como huella
y poner en mi vida ,en la noche sin límites,
la tortura de un nicho siempre abierto.
Yo reclamo a aquel día un final sepultado,
ninguna solución a mi indolencia
y suplico a los mirlos y a su grito
que no se vayan nunca de mi invierno.
Quizás, que en todo caso,
su huida, sea un nuevo lamento que vencer.