sábado, 3 de noviembre de 2012

TAMBIÉN EL OTOÑO TIENE FRÍO






Nunca el otoño tardó tanto en vestir el contorno del fular, los arriates de azafrán y el pecho del dulce petirrojo.

 A mi impaciencia de otoño la tranquilizo con unos versos de Neruda y en mis dedos ya duerme el carboncillo de las primeras castañas.

 Yo creo que este año el otoño tiene frío y no quiere despojarse de su abrigo de hojas, no quiere mudar el color de su piel que antes era morena y que poco a poco cambiará de amarilla a ausente.

El reino del musgo comienza a invadir los rincones ocultos de mi pensamiento y esa visita hace que se asiente en mi corazón un suave poso de ilusión, de canto a la vida, de futuro. Los recuerdos me traen a casa el olor del mar en noviembre y confirmo, que en las cosas que no entendemos, está la felicidad. No entiendo cómo las aves recuerdan el camino hacia tierras más cálidas, no entiendo por qué no podemos tocar las estrellas, no entiendo por qué una mirada te puede dar y quitar la vida, no entiendo el poder de una canción.
 Esa sensación me gusta, me hace reflexionar sobre el calor de unos labios en mi mejilla, sobre el sonido de la lluvia en el cristal, sobre el misterio de una caliente taza de chocolate.

 Hay un gran desorden en mi ropa de otoño. Los miedos se mezclan con los trapos sucios, los amores con trozos de manzanas mordidas, los sueños con montones de hojas de avellanos. Para colmo volteo todas mis emociones, las mezclo con mis olores, con mis incoherencias, fusiono mi pedantería con los restos de vino de la última fiesta, mis cicatrices se abren para respirar el aliento de la vida.

 Todo ese caos que antes me arruinaba ahora me empuja a la ilusión, a la escucha tranquila, al pentagrama  de la canción de la nieve al caer sobre la tierra. Me hace profundizar en la aspereza y bondad de las manos de mis mayores.

El otoño me trae un calor que huele a mantas escondidas entre membrillos, me susurra el vaho de los muertos que habitan mis añoranzas, me atrinchera en las entrañas de mi sofá abandonado durante las tardes de agosto.

 El otoño también me trajo un promesa por parte de ella, la de aprender a darme más besos. 



  



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