miércoles, 26 de diciembre de 2012

MI RATITO CON HEMINGWAY



 Esta mañana he terminado desayunando con Hemingway.


Como cada madrugada pavera, después de pasear por esta tierra de color y olor a setas caramelizadas, otra vez me sumergí entre las páginas de mis libros para vivir un ratito entre sus tildes y ahumarme con el espíritu de  sus chimeneas.

Mi viaje entre abades y traiciones termina al oír la puerta y al abrirla aparecer un hombre vestido de impresionismo, sombrero de ala ancha y sonrisa de Navidad. ¡Adelante caballero! fueron mis palabras mientras que tras de mí, un olor a pueblo de leña, me recuerda el frío de las aceras.

El tono de su voz me coge de la mano y me lleva hasta su buhardilla de ParÍs, a los años de bohemia más pobres pero a la vez los más felices, a un rincón de luz de mañana con olor a café y pan tostado.

Su conversación es transparente, libre como las campanas, entre cada respiración un sueño por adivinar, la vida en su boca se convierte en un juego con sólo dos reglas: la primera sentir el pulso de cada emoción y la segunda olvidar la palabra resignación.

 En su barba las cenizas del conocimiento, en sus ojos el brillo de la próxima travesura, en su pensamiento quizás el título de las próximas 50 fiestas. Su próximo proyecto se concentra en encender su pipa hueca de raíz de cedro, curada en días de tormentas y por manos consagradas. El humo y sus aromas bendicen la habitación, el pasillo, la casa, el pueblo… la tierra entera, el tiempo se convierte en una ceremonia en donde el fuego canta la melodía del día de la creación.

 Hemingway sonríe en silencio, su pasión por la vida derrite las murallas más altas y con una leve inclinación de cabeza se despide por hoy, otros corazones le reclaman.


   



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