viernes, 9 de marzo de 2012

Lamento de la Ninfa


Eco y Narciso

La bella y joven Eco era una ninfa de cuya boca salían las palabras más bellas jamás nombradas. En cuanto a las palabras ordinarias, se oían de forma más placentera. Esto molestaba a Hera, celosa de que Zeus, su marido, pudiera cortejarla como a otras ninfas. Y así sucedió. Cuando Hera descubrió el engaño, castigó a Eco quitándole la voz y obligándola a repetir la última palabra que decía la persona con la que mantuviera la conversación.[1] Incapaz de tomar la iniciativa en una conversación, limitada sólo a repetir las palabras ajenas, Eco se apartó del trato humano.
Retirada en el campo, Eco se enamoró del hermoso pastor Narciso, hijo de la ninfa Liríope de Tespia y del dios-río Céfiso. Sin embargo, el vanidoso joven no tenía corazón y la consideró loca, ignorándola totalmente. Con el corazón roto, Eco pasó el resto de su vida en cañadas solitarias, suspirando por el amor que nunca conoció, debilitándose y adelgazando, hasta que sólo quedó su voz.



Febo no había todavía

revelado al mundo el día,

cuando una muchacha salió

de su propia casa.

Sobre su pálido rostro

afloraba su dolor,

y a menudo provenía

de su corazón un gran suspiro.

Andando sobre las flores

iba vagando, aquí, allá,

llorando de esta manera

su amor perdido:

«Amor», decía, deteniendo el pie,

mirando el cielo,

«¿Dónde, dónde está la fidelidad

que el traidor me juró?»


Pobrecilla, no puede más, ay,

ya no puede soportar tanto sufrimiento.

«Haz que vuelva mi amor

tal como antaño fue,

o déjame morir, para que

no sufra más.

No quiero ya que él suspire

sino estando lejos de mí,

no, no quiero

que me dé más dolores.

Pues el saber que por él ardo

satisface su orgullo,

quizá, quizá al alejarme

él, a su vez, empezará a rogarme.

Si ella tiene para él más serena

mirada que la mía,

sin embargo no alberga en su seno

un amor que sea tan fiel como el mío.

Ni tendrá nunca

besos tan dulces de esa boca,

ni más tiernos, ay calla,

calla, él bien lo sabe.»

Así, entre amargas lágrimas,

llenaba el cielo con su voz;

así en el corazón de los amantes

el amor mezcla el fuego con el hielo.

                                          Ottavio Rinuccini
     


                           





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