LOS
DESAYUNOS DEL RITZ
San
Juan de la Cruz se asoma por la rendija de mi ventana para guiñarme un ojo y con
cara de niño malo recordarme que hoy hay pucheros en mi cocina.
Abro
las balcones esperando que alguna ninfa me cante su lamento, pero hoy no es día
de lamentos, es Semana Santa y en mi tierra eso suena a alegría.
Inundo mi casa con incienso deseando que el
humo nos descubra los secretos de la ruta de la vida, de la imaginación, del
pensamiento.
Como
cada día un nuevo telón y una nueva historia y siempre tres
condiciones para el guión: amar
la vida, llorar la vida y reír la vida.
Cónsules
de la China se mezclan con labradores,
vecinos
del alma me hablan de viñedos de doradas uvas,
los
rosales empiezan a oírse en su despertar
mientras
que la tímida clematis se esconde.
La
matalauva comienza a envolvernos con sus vapores.
El
segundo café ya está en nuestras tazas
(de anís ni hablo) y en la mesa miles de sueños, de viajes, de maletas
desechas, de historias de amor, de pañuelos de pasadas batallas.
Las partituras en blanco empiezan a respirar y
miles de notas nos llevan a la armonía, al ritmo, al pellizco del cante.
La
casa empieza a oler a siglo XIX en la Alhambra, a Bib-Rambla en mayo, a churros
con chocolate, a tabaco de pipa, a aguardiente de taberna….a amistad.
Los
coloretes se pasean por nuestras mejillas. Miramos el reloj y el ruido de la
calle nos recuerda que ahí fuera hay otra realidad por descubrir. Nos
despedimos… el Ritz queda en silencio.
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