miércoles, 16 de enero de 2013

TARDE DE VISITAS




 Hoy me descubro meditabundo en un manojo de rayos de luz de enero y vislumbro la danza inquieta de las motas de polvo, que esperan encontrar un segundo de tiempo en donde descansar.
Hoy los sentimientos  vienen y se quedan a vivir en ese rayo de albor nostálgico y como esas motas de polvo, se posan en mi regazo para ya nunca irse. Toman asiento, me miran a los ojos y se acurrucan en el rincón más cálido de mi reflexión para comenzar a presentarse con descarada entereza.

 El primero en presentarse es el miedo. El invisible miedo del que sólo oigo  su voz, la cual hace temblar mis labios.  Me habla de una chica enamorada del viento, con ojos color de mirra, manos frías de deshielo y reina en su palacio de chocolate. A su espalda la pesada carga de la desconfianza y la cobardía de un miedo que congela a diario el carburante de su auto. El miedo se adormece embriagado por los silencios de su misma voz, entre los espacios sin respiración,  prometiéndome que mañana olvidará a la niña enamorada.

A continuación, abrigado por fulares de mil colores surge el amor y de su mano el desamor al desnudo. Cara y cruz de una misma moneda, haz y envés de un mismo montón de hojas secas.
 El amor me confiesa su cansancio, adosado en las manos de miles de hombres y  mujeres a lo largo de la historia, me confiesa sus sueños de juventud  libres de impuestos vestuarios y me susurra sin querer el más cruel de los boleros. Agotado por el peso de sus sílabas, su esperanza cada día pesa más y termina haciéndome  una pregunta ¿qué queréis de mí?, ¿qué esperáis de mí?
Hoy el amor quiere una lágrima por donde escapar  y así poder cambiar de nombre y canción, hoy el amor quiere renovar su pasado, quiere pasar de incógnito el resto de la vida, emborracharse con su locura.

 Suena el timbre de casa y se presenta mi querida y temida soledad cargada de planes y proyectos. Su aspecto es saludable, los años no la envejecen y en sus mejillas reluce todavía el brillo del caramelo. En su compañía se escuchan voces a lo lejos, en su pelo siempre sopla la ventisca, en sus campos un solo corazón y un viejo roble.
Tras su olor, el recuerdo de aquellas tardes en la plaza de mi lozanía, en la fuente de mis versos,  tras su silencio la sensación de peso en los hombros y mil rincones que compartir.

Por hoy ya está bien. Miedo, amor y soledad,  ya no quiero más visitas.



Letra de un poema de Jaime Gil de Biedma.

Hay poemas como éste, que siempre te acompañarán.



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