viernes, 17 de mayo de 2013

UN BUEN DÍA








Antes existían esos días en los que el único dueño del tiempo eras tú y el olor a tabaco de tu almohada. El tiempo lo congelabas como cubitos de hielo con forma de estrellas trasnochadas y sólo se derretía cuando mirabas por la ventana cada mañana para contar las motas de polvo.

La única prisa era dejar enfriar el café recalentado, la única pereza era levantarte para darle la vuelta al disco que destruiría todos tus planes de tregua, la única preocupación limpiar bien el pantalón que durmió en aquella sucia acera.

  Todo merecía la pena vivirlo, besarlo, beberlo, oírlo, tocarlo, olerlo, incluso fumarlo. Tu descontrol lo dejabas en manos de la chica más callada del bar, tras la huella de los vasos, todas las aspiraciones de una noche de juerga y de vez en cuando el olor de otra saliva por tu cuello. La bofetada de Gilda se convertía  en la mejor de las pruebas de amor, los amigos en el principal de tus pasatiempos y sus sueños en la mejor de tus inversiones.

Nada mejor ni más real, que tres o cuatro almas conectadas por el mal de amor, siempre a la deriva y abstraídos por el silbido eléctrico de  guitarras de blues y rock and roll y como escenario una esquina de humo unos días, otros un mirador de atardeceres y los mejores, un banco a la luz de una farola solitaria.

La ley de la gravedad no existía en tu mundo de juramentos de lealtad, los sueños flotaban por las plazas libres de hipotecas, la luz de los focos por la noche te daban todo el calor que necesitabas.

Eran años de vinilos manchados de sudor, de bronceados de color avellana, de pesetas de siete vidas y de cañas en el Amador.



No hay comentarios:

Publicar un comentario