Campos con espigas, color de sueños de mar, surgen en la Mancha arrancando del paisaje la monotonía embriagadora de una tierra mezcla de azúcar morena con harina de luna y almortas.
Las mariposas hacen la corte y besan de una en una los labios a la lavanda cerrando los ojos en busca del soplo hacia el único aroma. No hay más color en el mundo, canteras de cal viva con gotas de añil, azulete de un cielo de estrellas que refresca mi anochecida de verano, fachadas de Chaouen y tras sus arcos el olor del comino.
El corazón descansa sereno en estos campos, el olor a pan te da la mano y te lleva al molino de agua, a la flor del harina blanca. Soñamos con la dulce siesta bajo la higuera, con los juegos de traviesas mangueras de verano, con paseos con espadas de madera acariciando las orejas a Platero.
Seguimos nuestro camino subiendo carreteras de luz. Atravesamos pueblos en fiestas que bostezan sus noches de verbena y nosotros, un trío de verdor, en busca de las térmicas que nos lleven a la mirada del águila, al azul de la cola de la carraca.
¿Quién dijo?: ”La belleza es un vuelo”.
En el coche la Habana canta en busca de la sombra de León.
Joé, macho
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